Desde Nueve cuentos, no hubo más publicidad, nota biográfica o fotografía de Salinger. En el texto que incluyó en la publicación de Franny y Zooey decía: “Mi opinión, un tanto subversiva, es que los sentimientos de anonimato y oscuridad del escritor son la segunda propiedad más valiosa que tiene a su cargo durante sus años de trabajo”. A las dos únicas personas que respetaba eran el director de The New Yorker, William Shawn, y el juez del Tribunal Supremo y vecino, Learned Hand. Como Holden con sus dos hermanos, así de limitado tenía que ser el club que distinguía a los iluminados de los ignorantes.
Los años siguientes los pasó escribiendo en el búnker que construyó en el jardín de su casa y en 1965 publicó su último texto: Hapworth 16, 1924. Durante años se negó a que Spielberg, Elia Kazan o Billy Wilder llevasen El guardián al cine; su respuesta era: “Lo siento, a Holden no le gustaría”. Y a causa de ese sentido de propiedad que albergó sobre sus personajes, se enzarzó en largos procesos legales que sentaron jurisprudencia sobre derechos de autor en EE UU, pero en los que fue consumiendo sus nervios. Las amenazas que recibió de desequilibrados y la interpretación que algunos tarados hicieron de su obra terminaron de alejarle del mundo. El 8 de diciembre de 1980, Mark David Chapman disparó a quemarropa cinco balas de punta hueca contra John Lennon. Después se sentó en el bordillo de la acera y se puso a leer El guardián entre el centeno. El asesino había seguido todos los pasos de Holden Caulfield. Incluso le había preguntado a un policía adónde iban los patos en invierno.
DANIEL VERDÚ, Las huellas del esquivo Salinger.
sábado, 6 de agosto de 2011
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2 Comentarios:
esta bonito me gusto mucho me sirvio de tarea mi maestra me felicito muchas gracias
me gusto porqe hai algo que aprender tenquiuss