sábado, 27 de marzo de 2010

Proust, Marcel & André Gide

(André Guide, asesor de la editorial, desestima publicar la primera parte de la considerada gran obra maestra literaria del siglo XIX).

Marcel Proust había nacido en 1871. Después de una vida neurótica y disipada, a los 37 años abandonó el mundo, se encerró en una habitación forrada de corcho siempre cerrada y humedecida con sahumerios para aliviar el asma y, vestido con abrigo dentro de la cama, con tres bufandas y mitones, como un gusano comenzó a hilar su capullo de oro durante una década en miles de cuartillas en las que toda una época se iba deslizando por el sumidero. Aquellos personajes de la aristocracia, aquellos jóvenes y niñas doradas estaban ahora a su merced. Con ellos creó un mundo de vicios y ensoñaciones, de fascinantes fiestas y cenagosas almas, pero la crítica tardó mucho en comprender que aquel primer libro de En busca del tiempo perdido no era una crónica frívola más de los salones, sino una creación pérfida en la que la memoria y la melancolía pueden reducir a la unidad todos los días de la existencia.

El primer libro fue rechazado por André Gide, asesor de Gallimard, que nunca se arrepentiría bastante. Luego le dieron el Goncourt y la fama, pero hasta el momento de su muerte luchó frente al editor con una neurótica obsesión por extraer hasta el último hilo de seda de las vísceras más intimas de sus criaturas antes de cerrar la edición. Al final su legado fue éste: aquellos seres petulantes de la alta sociedad de París, vacíos, mediocres e inconsistentes que rodearon la vida del escritor han pasado a ser paradigmas de un mundo fascinante que llena nuestro espíritu de belleza al recordarlo y que sólo es bello porque se ha esfumado.

Fuente: MANUEL VICENT, "Póquer de ases", Alfaguara.

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