Yo era extraordinariamente desdichado. Como profesor, ¡mire lo que hice como profesor! Iba a clase, me quedaba sólo media hora y sólo hacía afirmaciones provocadoras, que desorientaban profundamente a todos mis alumnos. Preguntaba, por ejemplo, a algunos de ellos: “¿Por qué razón no podemos decir fenómenos psicológicos, sino que debemos decir fenómenos psíquicos?”. El alumno respondía: “Un fenómeno psíquico es instintivo, normal”. Yo decía: “No es verdad, todo lo psíquico es anormal y no sólo lo psíquico, sino también lo lógico”, y llegaba incluso a añadir: “El propio principio de autoridad está enfermo”. ¡El estupor en la clase era general!
Me encontraba en Brasov, una ciudad de provincias de Rumania, y leía a Shakespeare, había decidido no hablar sino de Shakespeare, todos los días me iba a leer a un café. Una vez, el profesor de gimnasia se sentó a mi mesa. Le pregunté: “¿Quién es usted?”. Y él dijo: “¿No me reconoce? Soy el profesor de gimnasia”. “Pero, ¡cómo! ¿No es usted Shakespeare? Entonces, ¡váyase!” Y se fue a decir que Cioran se había negado a hablar con él, ¡porque no era Shakespeare! Yo estaba un poco loco, la verdad. Me gustaba el exceso, me habría adherido a cualquier cosa que fuera excesiva, incluso a una secta religiosa depravada.
En otra ocasión, después de haberme hecho con el Don Quijote, lo que para mí fue tan difícil como transgresor (OH!!! mon dieu) y haberlo leído recurrentemente una y otra vez sin tomarme un respiro, quise saber de Miguel de Cervantes sin la menor esperanza de hacerme de algún libro más de él pero la suerte me llevó a conocer a un español del que jamás estaré lo suficientemente agradecido, que pasaba por mi país de entonces invitado por no sé quién para no se qué mediante un visado extraordinario y, como todo español, se jugó el todo por el todo y lo que fuese preciso para enviarme después desde el suyo las obras completas del autor al que nunca, nunca, como a Shakespeare dejo de leer.
Quienes a estos dos grandes deja a un lado, literariamente y hasta podría decir vitalmente, está perdido pues nada comprenderá de sí mismo, del mundo y de los demás, ni conocerá de qué se trata cuando se trata del saber humano, del escribir divino y, haciéndolo, si lo hubiera, acercarse a diós.
Fuente:EMILE CIORAN, Conversaciones (traducción de J.Merín)
sábado, 20 de noviembre de 2010
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